Hipocresía dura y pura

Ámbito Nacional Editoriales

Por: Raymundo Marenco Boekhoudt


El presidente Gustavo Petro se refiere a la injerencia, en tanto que el presidente mexicano López Obrador alude a la soberanía, por su parte, el derecho internacional público considera la libre autodeterminación de los pueblos como el principio estructural de convivencia pacífica entre las naciones, pero la derecha aún pretende que nuestro país se perpetúe como plataforma al servicio de la inestabilidad política y social de la nación venezolana, incitando a la intervención en sus asuntos, bajo el pretexto de, moral en alto y a pulmón hinchado, exigir un proceso electoral transparente que le garantice los derechos democráticos a la oposición, para lograrle estabilidad a una población doblegada por el abuso del poder que contra ella comete el “régimen de Maduro”, por tanto, las naciones americanas deben estar unidas, para reivindicar los intereses y necesidades del pueblo venezolano, lo que ha ameritado el apoyo humanitario internacional, recordemos el año 2019 en la frontera con Cúcuta.

Por su parte, el régimen de lesa humanidad de Haití cada día hunde más a su pueblo en las profundidades, exigiéndose, en consecuencia, la unión incondicional de las naciones americanas, precisamente, para reivindicar sus intereses y necesidades, lo que amerita contar con el apoyo humanitario internacional para respaldarlo, sin embargo, nadie insinúa que el territorio de la República Dominicana sea utilizado de plataforma para, desde allí, penetrar a suelo haitiano en procura de lograr su estabilidad política, económica y social, antes por el contrario, desde La Romana, previo paso por Miami, se propició que un grupo de mercenarios asesinara a su presidente, a qué americano le podría interesar su democracia; sería muy degenerado pensarlo, pero, piensa mal y acertarás, su población negra no importa, sin embargo no es un asunto de racismo, porque, contrariamente, lo negro de Venezuela es lo que verdaderamente interesa, ya que de él emana un olor a minerales, a divisas, a gas, a combustible, no es su pueblo, como tampoco el de Haití, definitivamente lo es la codicia que producen sus recursos.

Un pueblo venezolano que se diluye en el desprecio americano, a cuyas naciones lo que menos les importa es reivindicar sus intereses y necesidades, somos testigos del desprecio del que ha sido objeto en todo lar, desde Alaska hasta la Patagonia se convirtieron en despreciables, insisto, el pueblo raso, el que no muestra ni posee riquezas, no aquellos que detentan cierto tipo de poder político y económico, esos sí son de nuestra raza latina, así somos de cobardes, tanto que, sin autoridad moral para hablar de fraudes electorales en otras naciones, asumimos que estamos legitimados para cuestionar un sistema electoral del que no tenemos ni la más mínima idea cómo funciona, porque de lo que sí podemos hablar, y nos consta hasta la saciedad, es que hasta en nuestro Congreso los procesos de votación de leyes y reformas constitucionales están impregnados de notarías, de dádivas, de financiación de las campañas políticas de sus miembros por grandes emporios económicos, a quienes estos finalmente sirven, al igual que de otras mil inmundicias más.

Ni hablar de los procesos de elección por voto popular, fenómenos democráticos como el de “Casablanca”, o el de jurados de votación que en sus mesas sufragan más de una vez, la descarada retención de cédulas, las post elecciones en la Registraduría, candidatos entregando sin ruborizarse mercaditos a su electores y, por supuesto, no puede faltar la compra de votos en las filas de los puestos de votación, ah… se me olvidaba, formularios E-14 en los que, como por arte de magia, 10 votos son convertidos en 40 u 8 en 80, dependiendo de la subasta, a pesar de esto, cuestionamos lo que sucede en Venezuela, bajo el agravante de que no tenemos conocimiento de su sistema electoral ni, mucho menos, de las autoridades que lo controlan, hipocresía dura y pura.

Volviendo a Haití, sería gratificante ver en sus fronteras y mares, grandes cantidades de contenedores con ayuda humanitaria para su pueblo – si Dios fuera negro -, valdría la pena ver a Juan Luís Guerra del lado de su país organizando un concierto de la hermandad, convocando a sus amigos músicos, orquestando y organizando desde la plataforma de su territorio la invasión a suelo haitiano, con un sentido pacifista que loablemente le garantice estabilidad a una población doblegada a su suerte por el abuso del poder que padecen en medio del silencio cómplice y la indiferencia de todos nosotros los americanos, pero Guerra seguramente tendrá precaución de no convertir a su territorio en paso de tropas ni en el eje de un conflicto internacional, porque es cierto e innegable, somos proclives a incitar guerras, pero que las peleen “los negros”, conforme a la visión colombiana de justicieros sociales internacionales con la que pretendemos salvar al mundo, pero iniciando por destruir el nuestro.

#jvcpoliticapublica