“El Congreso no ha sido inferior a ninguna coyuntura de nuestra historia. En todas hemos generado las normas que Colombia necesitaba para esa realidad”.
Nuestro país atraviesa una coyuntura en la que la incertidumbre aumenta y las certezas disminuyen. Es en momentos como estos cuando la institucionalidad muestra su utilidad como fuente de equilibrios y certidumbres.
Conforme a los criterios de los padres del pensamiento democrático concluyeron hace dos siglos que el poder tiene una tendencia a desbordarse tratando de concentrar en sus manos todas las posibilidades de mando; por eso, con sabiduría, establecieron que “para que no se pueda abusar del poder es preciso que el poder detenga al poder”. Es decir, dividir el poder, y que cada fracción de ese poder dividido controle a los otros poderes, evitando así desbordamientos que terminen afectando los derechos, las libertades públicas y, finalmente, anulando la democracia misma. Esa es la naturaleza de la separación de poderes en una democracia.
En este siglo hemos visto un fenómeno en el que curiosamente se desmonta la democracia utilizando los mecanismos y el lenguaje de la democracia misma. Los autócratas de hoy descubrieron que pueden permanecer en el poder manipulando elecciones y debilitando a los demás poderes con el argumento de que el pueblo es el soberano, y que ellos son los voceros auténticos de ese soberano. No hay sino que ver cómo Chávez hizo catorce elecciones y con eso desmontó cualquier poder independiente, o adverso, y consolidó el sistema político cuyo último capítulo es el desconocimiento institucional del triunfo de la oposición hace dos semanas.
Daniel Ortega, otro de los representantes de estas autocracias de lenguaje democrático, lleva cinco mandatos sin adversarios, metiendo presa a la oposición, y sin garantía alguna para nadie en un país en donde el Congreso y la justicia son un apéndice sumiso de la voluntad del déspota. No le faltaba razón al presidente Biden cuando calificó de “pantomima” el último certamen electoral realizado en Nicaragua. Esas “democracias” son pantomimas democráticas. Cuando se les oye hablar a los representantes de esa nueva forma de autocracia uno piensa que está escuchando a un demócrata consumado, pero, si lo analiza un poco más, y coteja el fondo de sus expresiones, sus intenciones y acciones, descubrirá que son personas que no soportan que alguien les haga contrapeso, que quisieran controlar todo, que anhelan que su voluntad se vuelva ley en forma automática y sin posibilidad de que ningún otro poder los contraríe en esa voluntad. Una voluntad que consideran una verdad omnímoda que todos deben adoptar.
Hoy más que nunca, las democracias requieren ciudadanos perspicaces, conscientes de la importancia de defender la democracia, ciudadanos que entiendan que los poderes públicos no son obstáculos sino garantías. Defender la separación de poderes, el voto libre, la autonomía de los jueces, el respeto a las sentencias, la libertad de prensa o el equilibrio de poderes es defender la democracia y, por ende, las libertades, los derechos y las garantías individuales. Hoy vemos cómo en Venezuela el Gobierno dice que está defendiendo la democracia cuando anula las garantías democráticas de todas las formas posibles. Nuestro deber en Colombia es permitir que la institucionalidad opere sin atajos, sin afanes, sin presiones, sin descalificaciones, sin relatos que busquen debilitar un poder u otro.
El Congreso es un escenario en donde la controversia y el debate son el estado natural. Ahí nadie se siente con la verdad revelada y todos sabemos que nuestra opinión puede ser avalada o derrotada por otras opiniones. Ese escenario, en donde está representada Colombia entera, es el lugar en donde se discuten todas las iniciativas dentro de un marco de garantías. El Congreso no ha sido nunca inferior a ninguna coyuntura de nuestra historia. En todas hemos generado las normas que Colombia necesitaba para esa realidad, no importa si la necesidad del momento era la seguridad, el proceso de paz, la reactivación, la pandemia, la lucha contra el narcotráfico y un largo etcétera. Cualquier camino diferente al Congreso es profundizar la incertidumbre en la que estamos, por eso no nos cansaremos de repetirlo, el Congreso es el Camino. Un camino democrático, mesurado, pluralista y representativo, en donde está presente Colombia entera.
EFRAÍN CEPEDA
Presidente del Senado