Barranquilla entre Rosas y Sangre

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Ya era hora de rendirle un monumento de gran magnitud a Sofía Vergara, la Toti. Se lo merece. Como otros grandes personajes de nuestra tierra: Edgar Rentería, Shakira, Esthercita Forero… Aunque sigue haciendo falta el reconocimiento a Meira del Mar, nuestra gran poetisa barranquillera.

El nuevo monumento de la Toti, allá por el malecón, parece pintar todo de rosa. Todo parece positivo. Barranquilla sigue vendiéndose como la ciudad de las puertas abiertas. Pero detrás de esa postal luminosa, hay un punto suspensivo, largo y preocupante, que no podemos ignorar.

La capital del Caribe, la cuarta ciudad del país, está hoy más manchada de sangre que nunca. En sus localidades, especialmente en el sur, la violencia no da tregua. Los asesinatos, las extorsiones y los robos ya no son excepciones: son rutina.

Y la pregunta que muchos nos hacemos es: ¿Qué están haciendo las autoridades? ¿Qué están haciendo los gobernantes?

Mientras se entregan distinciones a quienes han sido embajadores de nuestra cultura por más de 30 años —algo que merece aplausos—, se ignora la realidad más cruda. No es posible tapar todo con el manto del folclor y la publicidad. No todo cabe debajo de una gorra ni se esconde tras las condecoraciones. Las autoridades son las responsables máximas de esta Barranquilla partida en dos.

¿Acaso debemos bajar la cabeza en señal de obediencia? No. Al contrario. Hay que levantar el pulgar y señalar de frente: no. No a esta indiferencia. No a esta violencia que corroe nuestros barrios. No a las falsas sonrisas mientras nuestras calles se tiñen de luto.

Mientras haya sangre, no puede haber ciudad cultural. Mientras haya miedo, no habrá civismo. Lo que antes fue un remanso de paz hoy es un territorio donde la violencia es parte del paisaje cotidiano.

A las autoridades y gobernantes les dejamos esta reflexión. Ellos saben bien cómo se teje el poder en esta ciudad. Y saben también que mientras no se garantice la seguridad, no habrá monumento que alcance para cubrir la tristeza de Barranquilla.

Las rosas que hoy adornan los homenajes se están marchitando. Y sus pétalos ya no vuelan con alegría, sino que caen, pesadas, al suelo.